Carlos Restrepo
A raíz del asesinato de George Floyd en Minneapolis surgieron en los Estados Unidos una serie de protestas contra la discriminación y la brutalidad policiaca, las cuales sin duda son razones legítimas de protesta; ¿el problema?: El vandalismo y los saqueos, los cuales llevan a asociar la resistencia a la autoridad con el anarquismo. Algunos sectores revolucionarios pregonan que solo el uso de la fuerza romperá las cadenas de los oprimidos; sin embargo, resulta pueril que de repente todo un pueblo se levante en armas, y más aún esperar que las élites no se resistan.
Estas élites conservadoras —conservadoras de revoluciones anteriores —defienden la unipolaridad y el statu quo, y por lo tanto la pobreza extrema y la injusticia, lo que fomenta la oposición, la cual se ha venido a identificar con la izquierda progresista. Sin embargo, no todas las personas caen presa de los sofismas de estos progres sino que ven en las élites conservadoras la garantía de su estabilidad; ya decía Chesterton que los males del comunismo en lugares lejanos llevó a que los católicos se olvidaran de los males del capitalismo en sus propias naciones.

En Colombia, a diferencia de los Estados Unidos la convivencia entre africanos, amerindios y europeos fue siempre directa —que no es lo mismo que un trato igualitario —, pese a los intentos de segregar la población en la república de indios y la república de españoles, la realidad fue otra y el grupo mestizo creció hasta convertirse en mayoría. Así pues, la raza sí fue importante en el Antiguo Régimen, sin embargo, no fue hasta la Ilustración que el racismo moderno empezó a echar raíces; leyendo los escritos de Alexander von Humboldt o del mismo Francisco José de Caldas se evidencian rasgos de racismo biológico, los cuales serían muy importantes durante el s. XIX, por ejemplo: la definición de la tierra caliente como tierra malsana y promotora del vicio.
Como lo hizo antes la Expedición Botánica, la Comisión Corográfica no tuvo un interés únicamente académico sino económico, el mayor fruto de la Ilustración no son los derechos del hombre, sino la mercantilización del hombre y de la tierra bajo sus pies. El siglo XIX consolidó un nuevo ideal de civilización, ya no era el mundo cristiano sino el mundo capitalista donde la civilización y la cultura fueron confundidas por las modas burguesas.
Hoy más que nunca cobra vigencia aquella frase que reza: “la muerte de una persona es una tragedia, la de millones es una estadística”, y es que la muerte de Floyd, un afroamericano de una ciudad demócrata y progresista en un estado demócrata y progresista ha logrado que miles de personas se movilicen alrededor de las embajadas de los Estados Unidos. Colombia es un país muy distinto a los Estados Unidos de América, si bien la constante convivencia de distintas razas no logró eliminar el racismo, no es el caso que la policía o grupos supremacistas se dediquen a asesinar afrodescendientes; hoy algunos medios nos quieren vender la muerte de un joven en Puerto Tejada como un caso de racismo, aunque la triste realidad es que es uno más de los casos de incompetencia policiaca, institución que en este país está corrupta hasta la médula y que con la emergencia sanitaria ha encontrado más razones para imponer multas, en lugar de cumplir la función que rara vez lleva a cabo, la de garantizar la seguridad.
Y no, no se trata de una apología a la izquierda ni nada por el estilo, pese a que han sido sus militantes los que más han denunciado la corrupción de la policía o los abusos del gobierno, que si bien no es la ultraderecha que ellos denuncian, sus ideales son repudiables. La derecha colombiana se compone por las viejas élites que han sabido mantenerse en el poder, hoy resultan una mezcolanza de los viejos partidos Liberal y Conservador, pregonando mantener el statu quo y el servilismo a los gringos, y añadiéndole el asunto de las narcoguerrillas ha logrado que buena parte de la población vean en la resistencia el equivalente al comunismo.
Si hay algo rescatable en la izquierda progresista es que no se ha abandonado por completo el espíritu de lucha, aquel que tanto malestar causa a las élites corruptas, pues éstas temen perder el poder que le arrebataron a la aristocracia por medio de la democracia y de la industria. Por desgracia, los zurdos y progres parecen no darse cuenta que la izquierda y la derecha no son más que dos caballos de un mismo dueño, solo que uno está viejo y va a mitad de camino, mientras el otro se acerca a la meta.
La unipolaridad es un hecho, y este caballo joven y vigoroso que amenaza con destruir el mundo como lo conocemos no hace más que perpetuarla, por más que crea ir a contracorriente. ¿Qué opción nos queda? Salirnos de la carrera, pues la meta es la barbarie —aunque queden varias rondas para llegar a la barbarie absoluta —, solo quién nada a contracorriente se da cuenta que está vivo, debemos nadar contra el caudal y olvidarnos de esa pelea estúpida de quién es arrastrado más rápido.
El tradicionalista debe entender —y luego hacer entender a los demás —, que este estado de las cosas solo conserva el liberalismo ya condenado por Su Santidad Pío IX hace más de ciento cincuenta años. Las masas de la derecha tienen la ilusión de que algún día ellos o sus hijos podrán convertirse en los CEOs de una multinacional, logrando por fin la vida holgada que promueve el Sueño Americano; igual de repudiable es la utopía zurda que pregona una igualdad absoluta y enemiga de toda jerarquía, una sociedad igualitaria y diversa, aunque suponga un oxímoron.
Hoy estos izquierdistas —apodados mamertos —pregonan ser verdes y defender la naturaleza, cuando en realidad no son más que niños mimados que desprecian enormemente las costumbres del pueblo. Ellos han cambiado la fe de nuestros padres por un batido de orientalismo y la propiedad real de la tierra por el alquiler de celdas cemento; ahora, ésta gente viene a decirnos que estos cambios no son suficientes, quieren llevar el progreso no solo a los indígenas y negros, sino también a los blancos y mestizos.
Aquellos adalides de la diversidad admiran los modos de vida tradicionales del indígena en su resguardo, admiran la resistencia del negro frente a la esclavitud y la discriminación y promueven sus costumbres ancestrales; al mismo tiempo, cuando encuentran rezagos de las sociedades tradicionales y preindustriales —de quienes no vivimos en resguardos —deciden emprender una cruzada civilizatoria y del mismo modo que antes se buscaba que el negro y el indio se comportasen como blancos, hoy buscan que el humano se comporte como un ser deconstruido, con consciencia de género, raza y clase.
Bajo la excusa de la lucha contra el racismo se esconden los intereses de las agendas globalistas. Para ellos, el progreso material de los menos favorecidos debe estar acompaño por una educación conforme a sus viles intereses. Mientras fundan escuelas en regiones pobres como el Chocó, promueven al mismo el aborto y todos los frutos de la revolución sexual, del mismo modo que lo venían practicando en los colegios y universidades más favorecidos.
Éste es el sepulcro para nuestras culturas —pues al ser un país de regiones, son muchas las culturas de Colombia —, las pocas tradiciones que nos quedan son reducidas al folclor y son tratadas cual piezas de museo: hoy, el bambuco no es más que un espectáculo que organizan en vez al año los colegios, la Iglesia no es más que un plato en un bufé de religiones, y al tinto de toda la vida ya se le empieza a llamar americano. Y estos ejemplos no son obra de la izquierda, sino de la derecha, la cual llama al pacifismo y teme que los cuervos que ha criado le arranque los ojos.
La solución para el católico —y para todo hombre sensato —es volver a la tradición, no recreando el pasado como si se tratase de un museo en vivo, sino de transformar nuestra realidad y ajustarla a los principios cristianos. La muerte de George Floyd es un recordatorio de que ni el liberalismo ni el socialismo pueden poner fin a este racismo de corte protestante ni a la corrupción de la policía- Del mismo modo que marchar frente a una embajada no tiene efecto alguno, si hay algo por lo que vale la pena luchar es por Dios, la Patria y Rey; de lo contrario solo conseguiremos los huesos que el Estado Leviatán nos lanza cual perros, los cuales la izquierda llama trofeos.