Volver a la grey

Carlos Restrepo

Los eventos protagonizados por el pueblo misak en los últimos días han dado mucho de que hablar, desempolvándose una vez más una discusión maniquea que reza: “¿Son los indios un ejemplo revolucionario o son unos vagos que poseen latifundios improductivos?”. Daré una respuesta corta y otra larga contra esta dicotomía. La corta consiste en que ambas tesis son bulos, cuentos chinos perpetrados por la mediocridad en el pensamiento y por el deseo de querer imponer un ideal específico de progreso.

La respuesta larga es mucho más compleja porque en efecto, ni los pueblos indianos representan el fin de la revolución —o sea, de la modernidad— ni estos son perezosos. ¿De dónde surge pues la primera premisa? Es evidente que los pueblos indianos que conservaron su identidad étnica han intentado mantener su autonomía frente a otros entes —sea el Estado Colombiano o los grupos armados ilegales— y es hasta cierto punto razonable. La cuestión es que las identidades indianas de los pueblos no aislados no constituyen culturas milenarias y monolíticas, sino que son producto de las reducciones de la Monarquía Católica.

La historiadora Marta Herrera Ángel habla de un proceso llamado cosmogénesis. Explicado grosso modo, el proceso consiste en que tras las pacificaciones y reducciones cambió la noción que los indios tenían sobre sí mismos. Las tribus mencionadas en las crónicas y demás documentos no eran pueblos homogéneos sino un nombre genérico dado a los indios que habitaban un mismo espacio geográfico. Si bien estas tribus podían compartir características culturales o fisiológicas podían estar enemistadas entre ellas.

Las reducciones no siempre fueron ordenadas por la Corona, muchas veces fueron los mismos vecinos de las ciudades quienes organizaban expediciones —a veces pagadas por sus propios bolsillos— para reducir a los indios en pueblos y enseñarles la fe católica. Como sucedió en muchas ocasiones, miembros de tribus enemistadas terminaron conviviendo en el mismo pueblo de indios bajo la tutela del mismo cura doctrinero y es aquí donde hace efecto la cosmogénesis; los indios dejaban atrás su anterior identidad y adoptaban una nueva, la del pueblo donde ahora vivían. Este proceso aunque haya sido más o menos violento en ocasiones, constituye una fractura con las supuestas tradiciones milenarias —supuestas porque el constante contacto entre los pueblos prehispánicos no les permitiría permanecer inmóviles— y por lo tanto esa imagen romántica que se ha creado en torno al indio.

Quedando claro que las costumbres de los indios no son tan vetustas como aparentan ser. Es menester aclarar que no, el objetivo de la modernidad no es convertirnos en indios a todos. Aunque en estos días se hable mucho de tribalismo —como el nefasto Sínodo de la Amazonía— los indios de toda Hispanoamérica poseen algunas prácticas que no gustan a la modernidad, como lo son los modelos patriarcales y aunque lo quieran silenciar, una moral mucho más tradicional —cabe mencionar que aún quedan indios cristianos, y no se puede negar que la vestimenta de los que son cristianos cumple la normativa católica las más de las veces—. La reivindicación del indio sólo tiene por objetivo minar lo español, creando un discurso lleno de sofismas para ingresar a los indios a la modernidad bajo una máscara vernácula.

Vestimenta de los indios arhuacos. Imagen tomada de: https://www.radionacional.co

Tarde o temprano el trasbordo ideológico que han sufrido los indios cobrará factura, y los tradicionalistas pasaremos la mirada del indio trasbordado al europeo que tanto criticaban; y luego del europeo al indio, y una vez más del indio al europeo. Miraremos horrorizados porque será imposible distinguir cual es cual; y aún si un mundo distópico es inverosímil, puedo afirmar que la verdadera muerte de la cultura indiana vendrá de la mano de quienes decían apoyarlos.

Ahora tenemos la otra visión del indio, la del perezoso que quiere todo regalado. Desde mi punto de vista no merece la pena extenderse demasiado en desmontar esta premisa, pues consiste en una visión utilitarista de la producción. La nefasta derecha liberal que gobierna Colombia hace dos años se horrorizaba cuando el izquierdista Gustavo Petro —quien se salvará de mis porrazos esta vez— atacaba el latifundio improductivo. Hoy la misma gente se espanta de que los indios tengan grandes extensiones de tierra, más de un 30% según algunos medios, y de que estos no paguen impuestos.

No es el fin de este texto discutir la justa distribución de la tierra, pues autores católicos ya han propuesto soluciones acordes a la Doctrina Social de la Iglesia. Mi crítica reside en que esta derecha liberal, supuesta defensora de la civilización, sólo quiere extender la mano invisible del mercado sobre la propiedad que no se puede comprar y vender libremente. Es exactamente el mismo discurso que aplicaron para robarle la tierra a la Iglesia con las desamortizaciones de los gobiernos liberales decimonónicos, pero ahora lo quieren aplicar a los indios —como también ocurrió en el pasado—. Nuestro objetivo como tradicionalistas no es seguir los patrones del liberalismo, sino que el indio haga parte de la tradición católica, así como lo hacían los indios que lucharon por Su Majestad Católica en tiempos de las guerras de secesión. Para ello es necesario aplicar un foralismo que garantice que no sea víctimas de la izquierda, que evite las medidas que los llevan a sembrar coca; un compromiso mutuo donde ellos sean leales al Rey legítimo, como lo fueron en el pasado.

En conclusión, espantarse por la destrucción de la herencia hispánica sin refugiarse en la tradición carece de sentido. Sólo si servimos a Cristo Rey y dejamos de lado el utilitarismo legado por la Revolución Francesa podremos vivir una verdadera paz. Y a no ser que reaccionemos e imitemos a los de Nínive, seguiremos azotados por falsos profetas que nos engañan con utopías, —sean nacionalistas o globalistas; capitalistas o marxistas—víctimas de nuestra propia concupiscencia al querer construir una sociedad sin la genuina tradición hispano-católica.

Hay sin embargo un mensaje esperanzador, dice la sabiduría popular que Dios aprieta pero que no ahorca. Y si el Altísimo tuvo compasión de un pueblo como el de Nínive, ¿Por qué no la tendría sus ovejas descarriadas? Los hispanos nos separamos de la grey de Dios con la peste del liberalismo y Él en toda su magnificencia nos sigue buscando, pero nosotros huimos. Los males que hemos vivido en doscientos años no tienen otro significado; fuera del rebaño no podemos sobrevivir. Ahora pensemos, ¿no se alegrará Nuestro Pastor si nos encuentra?, ¿No dejó a las otras noventainueve ovejas por encontrar a la oveja descarrilada?

Espero el día en que Nuestro Señor Jesucristo llame a la Corte Celestial y diga: “Alegraos conmigo, porque que he encontrado a las Españas, la oveja que se me había perdido”.

Murillo, B. El buen pastor [Óleo sobre lienzo]. Madrid, Museo del Prado.

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