Carlos Restrepo

¡Ah! ¡Navidad! Una de las fechas más importantes del mundo, el día en que todos los medios de la hegemonía se unen para robarle el significado cristiano al nacimiento de Jesucristo. Los niños se levantan temprano y despiertan a sus padres para poder ir a abrir los regalos que les dejó un gordo bonachón que vive en un paraíso fiscal en el Polo Norte donde se evita los impuestos y pagarle el aguinaldo a sus elfos. También es el día en el que los niños salen a la calle para jugar en la nieve, probar sus nuevos juguetes y cantar villancicos, entre ellos, «Blanca Navidad».
Hasta el momento no hay nada raro, si se vive en Estados Unidos o en alguna zona donde nieve en diciembre. Los colombianos —y los venezolanos también— entenderán el significado de «estas navidades son para gozarlas», porque la mayoría de ellos no han visto la nieve en su vida, para ellos el ponche de huevo y la Navidad no tienen relación alguna. La noche del 24 de diciembre no se suelen preguntar si habrá ventisca al siguiente día, se cumpla o no con la obligación de ir a misa la pregunta es la misma en todos los hogares: ¿Por qué se casó Adonay?
Por desgracia la anomia se apodera de los colombianos, el cine y la televisión lo bombardean con una imagen de Navidad que nunca experimentará, los más niños crecerán creyendo Navidad significa nieve y regalos. El nacimiento del Nuestro Señor ha sido trasformado en una fiesta comercial, se recicla la misma trama en las películas y se venden millones de juguetes que en menos de seis meses estarán acumulando polvo.
Aun así, dentro del frenesí de consumo algunos aún se acuerdan de El Señor, pues muchos niños creen que es el Niño Dios quien les trae los regalos. Puede que el origen de dar regalos en estas fechas tenga su origen en la festividad de San Nicolás —gran santo que no repartía carbón sino bofetadas a los herejes—, pero este generoso obispo no es una devoción muy popular en el nuevo mundo; así que el Niño Dios recupera su presencia en buena parte de los hogares.
Pero si se deja de lado el consumismo de origen gringo queda una fiesta totalmente diferente. Es bien sabido que hace más de dos mil años hubo un pesebre y en ese pesebre algo más grande que todo nuestro mundo; en la lejana Palestina nacía de una virgen el verbo hecho carne, Dios Hijo, quien habría de morir por nuestros pecados.
Muchos años después un hombre —hoy santo— llamado Francisco que rondaba por Asís comenzó una bella tradición, la de representar aquel nacimiento que salvó a la humanidad de la muerte eterna. Los colombianos, no contentos con representar solo el nacimiento reconstruyen en sus hogares a todo Belén, decoran sus pesebres con casitas y hacen competencia por quien lo tiene más bonito. Puede que en los pesebres se ignore toda rigurosidad —todo animal de juguete termina en el pesebre—, pero es una muestra de devoción popular que recuerda al Barroco.
Es un hecho que la Navidad comienza el 25 de diciembre y termina el 2 de febrero en la fiesta de la Virgen de la Candelaria, pero el jolgorio se adelanta al 7 de diciembre —o antes si en un pueblo hay fiestas patronales— porque las calles son iluminadas con velas y faroles para celebrar que María es Inmaculada desde el primer instante de su ser natural. De igual modo, el 16 comienza la Novena de Aguinaldos, que también se celebra en Ecuador, celebración popular entre los niños pues al final de las oraciones se cantan villancicos y se reparten refrigerios.
Por si queda alguna duda, «putativo» no es una grosería, es solo un arcaísmo conocido por millones de personas y que se recuerda por nueve días junto a otras palabras que complacerían a los precursores del casticismo. «Putativo» significa «adoptivo», recordándoles a todos que Jesús es el Dios humanado; el rey de las naciones; aquel niño de apariencia débil que nos sacó de la cárcel triste que labró el pecado. Estos fragmentos de los gozos son casi siempre recitados por niños, aprendiendo de manera casi didáctica los principios de la fe católica.
Por su parte los adultos se degustan con otras actividades, no se visten de elfos ni de demás sandeces, con la mejor pinta desempolvan los discos y suena en los hogares la música de Rodolfo y los Hispanos — ¡vaya nombre más propicio!—. Para ellos no es necesario oír sobre un reno llamado Rodolfo —al parecer el nombre de pila sí es navideño— para contagiarse de alegría, pues el ambiente que genera la música es de fiesta.
No es casualidad que se cene a la medianoche, en los viejos tiempos, el veinticuatro por ser víspera era día de ayuno, ayuno que se rompía tras la misa de gallo y al salir del templo le esperaba en su casa una buena comida. Lo tradicional es el tamal, comida típica común en todas las regiones, pero que también tiene en sus variantes, como en los Santanderes que se acostumbra a comer chivo guisado. Por desgracia algunos irresponsables abusan del alcohol y la pólvora para hacerle pasar un mal rato a sus familias, sin embargo, no se debe manchar la alegría bienintencionada de los buenos cristianos.
Y es que el católico, a diferencia del protestante, no es un puritano, no necesita celebrar de forma burguesa, una ancheta y un ron le bastan para compartir con su familia. Navidad no debe ser una fiesta de hipócritas donde se reciten discursos vacíos que serán olvidados con el nuevo año, puede que los gringos hayan eliminado el significado cristiano para ser más inclusivos, pero el legado del Salvador es tan fuerte que hasta nos indica en qué año estamos.
Y para evitar caer en puritanismos y beaterías se deben revalorar los aspectos populares de la Navidad, ¿son para gozarlas? ¡Por supuesto! ¿Se puede faltar a misa? ¡De ninguna manera! Solo orientando las costumbres en Cristo se pueden desarrollar sus potencias. Se debe dejar de lado el interior burgués de los casquivanos del norte, es menester que el 25 de diciembre se abran las puertas de todos los hogares y que los vecinos se reúnan para cocinar un sancocho en los andenes.
Si se tiene el Santo Sacrificio, todo lo demás sobra, se dará por añadidura; no obstante el hombre también vive de pan y El Señor no quiere negárselo a los más alegres de su rebaño. No es necesario buscar muérdagos para dar un beso cobarde a esa persona especial, una pequeña escapada durante el jolgorio es suficiente, practicar la vieja picardía española para luego volver con la familia. Los adultos de la familia —y por tanto más maduros— harían bien en abstenerse de las peleas y del exceso, no dejar la pólvora en manos de los niños y actuar como buenos protectores. En estas navidades es necesario decir: ¿Blanca Navidad? ¡No gracias!