El ser hispánico (II): Reflexiones sobre la feminidad

Carlos Restrepo

En un artículo anterior hice una reflexión sobre la masculinidad bajo la óptica del ser hispánico, teniendo como base la división que el historiador Jaime Jaramillo Uribe hizo del alma hispana. Sin embargo, no es bueno que el hombre esté solo y es necesario que la feminidad sea también analizada, más en estos tiempos que se ve amenazada por tendencias masculinizantes producto de su entrada al mundo laboral capitalista.

Jaramillo Uribe afirmaba que España dio al mundo tres tipos de humanos: el pícaro, el místico y el caballero cristiano. Los dos primeros tipos encuentran su equivalente en el espíritu femenino, la pícara y la mística, que a su vez degeneran en la suripanta y la beata. El tercer tipo presenta un dilema, ya que el oficio de las armas ha estado con justa razón reservado a los varones y algunos negarán la existencia el espíritu guerrero en las mujeres, salvo contadas excepciones. Sin embargo, considero que este espíritu guerrero se presenta también en el alma femenina, aunque de una forma muy distinta al varón, además que haré mención de un caso digno de admiración en que las mujeres tomaron las armas.

Como la primera parte sirvió también como introducción al tema del ser hispánico, en esta segunda parte me permitiré ir directamente al grano. Como ya mencioné, la picardía es algo muy español y por tanto algo muy neogranadino, la mujer hispana es muy distinta de la anglosajona y entre más alejada esté del estilo de vida burgués más cercana es a una sana picardía. Digo sana porque siempre y cuando la picardía no lleve al adulterio no constituye un pecado mortal, porque las damas ultarrefinadas son más un producto de las escuelas de institutrices británicas que de la Cristiandad.

Fernández, Carmelo. (1850).  Arriero y tejedor de Vélez [Acuarela].

Esta bonita acuarela es del año 1850, de la Comisión Corográfica en la cual el gobierno de la Confederación Granadina ordenó no solo la descripción del territorio, sino también la clasificación de los seres humanos, los cuales fueron divididos en «tipos». La imagen representa a un arriero y a un tejedor de la provincia de Vélez —en el actual departamento de Santander— y pese a que la mujer no sea aludida en el título es ella quien protagoniza la escena. Basta con dejar de lado la ingenuidad para apreciar que el autor representa también la coquetería, una simple compra da lugar al romance, como en otros trabajos del autor.

La belleza de las mujeres hispanoamericanas es una creencia muy extendida en Europa y Estados Unidos. Con este estereotipo la mujer se lleva la peor parte, porque mientras el hombre es aplaudido por el adulterio la reputación de la mujer queda manchada y le da la falsa idea a los fornicarios extranjeros de que pueden mancillar el honor de las hispanas. Este estereotipo tiene su origen en las élites ilustradas quienes acusaban a las poblaciones negras y mulatas de una mayor promiscuidad sexual, sustentándolo o bien con el darwinismo, o bien con la idea protestante de que los africanos son descendientes de Caín.

Este estereotipo asignado a los africanos se extendió luego sobre la población mestiza hispanoamericana y a su vez, la creencia de que no existencia en la picardía una potencia positiva. No obstante, debe existir un contraste a la galantería masculina y ese es la picardía femenina.

Destacar la existencia de la picardía no promueve malas mañas como pensarían los puritanos, sino que directamente pone en tela de juicio la extendida creencia de que la mujer era una mera propiedad del varón antes del feminismo. El feminismo no surge en el mundo anglosajón por mera casualidad, sino porque la organización social del trabajo capitalista privó a las mujeres de sus funciones orgánicas, la del gobierno del hogar y las labores domésticas. Así pues, mientras las mujeres burguesas se convertían en floreros de sus maridos, las mujeres proletarias eran apartadas de sus familias; promoviendo en ambos casos el individualismo y la falsa creencia que la mujer solo es libre trabajando y ganando lo suficiente para ser autosuficiente.

Y por desgracia este individualismo no le bastó con limitarse al ámbito laboral sino que se trasladó a todos los aspectos del ser. El feminismo ahora pregona la libertad sexual de las mujeres, o sea, buscar ser tratada como un igual frente al varón no solo en sus virtudes —proveer el hogar— sino también en sus vicios, en este caso el adulterio. Aun así, los seres humanos siempre hemos sido pecadores, sería tonto creer que el adulterio surgió con la modernidad, empero, el meollo del asuntó se encuentra en que la modernidad suprime el concepto de pecado e invita a la mujer a igualar a un hombre en la fornicación.

De este modo, se puede entender por qué se busca la legalización del aborto. El feminismo entiende por libertad sexual la esclavitud del varón —el cual es más propenso a los placeres de la carne—, queriendo concederle por medio de la ley lo que solo el hombre vicioso puede hacer: desaparecer tras el coito sin la preocupación de cargar un niño en el vientre.

Y volviendo al caso hispano, la adúltera al igual que su contraparte masculina ya no distan mucho del adúltero anglosajón, pues el espíritu de la fornicación parece atormentar a todas las naciones por igual. No obstante sería pertinente resaltar una aparente paradoja, pues ciertas poblaciones en el pasado acusadas de promiscuidad presentan hoy restos de devoción popular mucho más fuertes que el interior afrancesado; pareciera que al igual que el Don Juan de Zorrilla, terminan reconociendo sus falencias y buscando el perdón de Dios, como si una menor disposición a los placeres de la carne no salvara a las mujeres afrancesadas —y al género humano— de la pérdida del sentido de pecado.

Esta última frase nos sirve de puente para hablar de la mística y su versión degenerada, la mojigata. Nos decía el Santo Padre Pío XII que el mayor pecado del siglo era la pérdida del sentido del pecado y cuánta razón tenía, porque el pecado existe desde los albores de la humanidad, cuando Adán y Eva comieron del árbol prohibido. Pero la pérdida del sentido del pecado nos aleja mucho más de Dios que el pecado en sí, porque Dios siempre está dispuesto a aceptar a sus hijos pródigos, mas difícilmente encontrará el perdón aquel hombre que no cree en el pecado.

Y es que al igual que su contraparte masculina, la mojigata vive en un mundo en el cual todo es pecado, lo cual también contribuye a que el pecado pierda su sentido. Si cosas tan simples como fumarse un cigarrillo son pecado es porque han desgastado mucho este concepto y corremos el riesgo de parecernos a los puritanos que huyeron de Inglaterra. Y por desgracia el puritanismo no se extingue con la modernidad, sino que se alimenta más y más.

Ejemplos de una mística bien llevada son Santa Teresa o Sor Josefa del Castillo, religiosas nacidas en las Españas que dedicaron su vida a Dios mediante la reclusión y la oración. Y sin irnos a los conventos podemos recordar a las buenas mujeres que recordaban todos los días a sus maridos que debían rezar el Rosario, pues las mujeres siempre han estado más dispuestas en aceptar las leyes de Dios.  Pero como ya mencioné, la pérdida del sentido del pecado ha llevado a una religiosidad casi artificial muy alejada de devoción orgánica del pasado.

Sin extendernos demasiado, podemos explicar el aumento de este puritanismo en la ausencia de jerarquías fuertes. Los hombres que descuidan sus hogares y los sacerdotes que relegan demasiadas funciones a sus fieles han contribuido a que mujeres que en el pasado tenían un papel más secundario deban optar por un rol más protagónico. Y este rol protagónico muchas veces asumido por necesidad termina causando una extralimitación de funciones donde cada cual interpreta a su modo.

Por último, nos queda el caballero cristiano, el miles Christi, aquella figura tan masculina y por tanto difícil para asignarle una contraparte. Y es que el espíritu castrense es propio del varón, sería una locura permitir libremente que las mujeres puedan enrolarse en los ejércitos y combatir codo a codo con el varón. Aun así, las mujeres nunca han estado lejos de los ejércitos, puede que no empuñaran espadas o dispararan fusiles, pero sí acompañaban a sus maridos y ejercían labores de cocina o enfermería.

Pero hay casos excepcionales en que las mujeres empuñaban las armas, pero me remitiré a un ejemplo local. Puede que en todo el mundo conozcan el caso de Juana de Arco, aquella doncella de Orleans que partió para luchar por Francia y que ha sido elevada a los altares, pero el Nuevo Reino de Granada también tuvo no una sino varias mujeres guerreras, puede que no recibieran el llamado directo de Dios pero sí que lucharon por el Rey.

Se trata de la Batalla de los Ejidos de Pasto, acaecida el 10 de mayo de 1815 donde el pueblo pastuso compuesto en su mayoría mujeres —pues los hombres estaban en campaña— pelearon contra los traidores separatistas y derrotaron al infame Antonio Nariño. Nariño fue capturado y enviado a la Península, el pueblo de Pasto pide permiso al obispo de Quito y a la Real Audiencia para conmemorar la victoria en la batalla, celebrándose desde 1815 hasta 1822 cuando Pasto es sometida por los rebeldes.

«Se anota que se autorizó la celebración de misas y en la tarde fiesta de toros y celebración popular, además de procesión de la Virgen de las Mercedes, patrona de la ciudad, acto dirigido por las mujeres de la ciudad, en recuerdo a la actitud tomada por ellas y que ayudó indiscutiblemente a la victoria, pero además, se recalca que en dicha festividad se reconocía tanto a la mujer pastusa como a todas las mujeres presentes en el distrito de Pasto, “así no sean originarias o residentes del mismo».

(Chaves, J. Mauricio, 2013)

Algunos académicos pastusos han considerado a esta conmemoración como el primer homenaje a la mujer no solo en Colombia sino en el mundo, pues el 8 de marzo no se celebraría hasta 1911. Sin embargo la victoria en la Batalla de los Ejidos dista mucho de esa nefasta celebración revolucionaria, esta batalla fue por Dios, la Patria y el Rey; las mujeres de Pasto lucharon por el trilema tal y como lo hicieron sus maridos en campaña.

Desafortunadamente muchos de los que estudian el papel de Pasto durante las Guerras de Independencia lo hacen bajo la lógica de los estudios subalternos, perspectiva que impide convertirlos en actores tradicionalistas. No hay nada revolucionario en esta batalla ni en la resistencia pastusa a la Independencia, sino todo lo contrario, fue un espíritu contrarrevolucionario, aunque no tuviesen la claridad del trilema carlista como se tenía en las guerras carlistas.

Podríamos afirmar, que el primer día de la mujer en el mundo fue una celebración católica y tradicionalista, siempre y cuando nos limitemos a las fiestas civiles, pues las Fiestas Marianas la anteceden. También podríamos afirmar que las guaneñas son la contraparte femenina del caballero cristiano, afirmación mucho más interesante y que demuestra que en situaciones excepcionales la mujer puede desarrollar un espíritu guerrero.

A modo de conclusión, haré una mención también a la forma degenerada de la mujer aguerrida, la cual es mucho más común que su oponente virtuosa. Esta forma degenerada es la mujer marimacha, aquella que ha renunciado a su feminidad en favor de los atributos propios del varón y solo ha logrado imitarlo en vicios. Aun así, no encuentro una versión femenina de un hombre que combate con molinos, tal vez porque no termina de adaptarse del todo al espíritu femenino.

Además, es bueno mencionar que la mujer en la sociedad cristiana no era una mera propiedad del varón, para el matrimonio los padres de la mujer debían pagar una dote, es decir aportar bienes al nuevo matrimonio; bienes que solo pertenecían a la mujer y de los cuales el marido era solo el albacea. Y por si fuera poco, el mundo hispano se caracteriza por el doble apellido, indicando que los hijos no solo pertenecen a la familia del padre, sino también a la de la madre. Las demás conclusiones son las mismas que en el primer artículo, solo derrotando a la modernidad y al liberalismo se hará frente al feminismo y por tanto permitirá un sano desarrollo de las potencias del espíritu femenino.

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