El liberalismo se va. Miguel Antonio Caro

Miguel Antonio Caro

Escritores que ven lejos y que ven claro, al contemplar en Europa el antagonismo de las clases, las tendencias de los gobiernos y las aspiraciones de los pueblos, han formulado la actual situación política de los países llamados cultos en términos que envuelven una predicción terrible:

El liberalismo se va, el socialismo viene, y el cesarismo le sigue.

El liberalismo se va. Esto quiere decir que la idea que envuelve el liberalismo principia a desnudarse de las efímeras y ridículas galas con que se ataviaba para engañar a los incautos. Todas estas galas pueden compendiarse en el prestigio de la palabra libertad. El liberalismo no quiere ni puede dar la libertad. Sobre todo, el liberalismo está visto que no puede fijarle límites a la libertad, pues empieza por quitarlos, y como la libertad sin limitaciones no es libertad verdadera, no es la libertad que aman las almas buenas, claro se ve también que liberalismo y libertad son incompatibles. Por tanto los pueblos, avezados por el liberalismo a salvar los linderos que limitan y forman la libertad, no quieren un liberalismo bastardo que pretende poner limitaciones donde antes las quitara. El liberalismo tiene que transformarse si no quiere ser devorado por la corriente que él mismo desenfrenó.

Libertad dijo el liberalismo; pero los pueblos por él enseñados no conciben libertad bajo gobiernos creados por el mismo liberalismo, mil veces más duros y pesados que los que él propio destruyera.

Igualdad, dijo el liberalismo; pero los pueblos por él educados no entienden una igualdad fundada en la diferencia existente entre ricos y pobres, entre capitalistas y proletarios.

Fraternidad, dijo finalmente el liberalismo; pero los pueblos por él educados no comprenden que haya fraternidad donde el que comete un crimen es reducido a prisión o mal mirado por sus conciudadanos.

Llevadas a sus últimas lógicas consecuencias, la libertad es licencia; la igualdad, comunismo; la fraternidad, impunidad.

El liberalismo sienta las premisas y niega las consecuencias. Este sistema no satisface a los pueblos que son más lógicos que sus maestros y aspiran a realizar, en sus consecuencias, las premisas que aquellos enseñaron.

Mazzini, padre de la Internacional italiana, aún hablaba de Dios, y la Internacional más lógica que su padre, le excomulga porque aún cree en Dios.

¿A dónde, pues, va el liberalismo? Va al socialismo. ¿Quién lo lleva? La lógica de los principios.

Por eso nos dice de Nápoles don Próspero Pereira Gamba en su correspondencia al Diario de Cundinamarca:

Aquí sí que tienen tela para cortar los conservadores, asustadizos como son por todo lo que concierne a sus cuatro ídolos de siempre: la religión, la autoridad, la propiedad y la familia; y no que gastar sus esfuerzos contra el liberalismo neto que hasta la fecha ha mantenido en pie todas aquellas cosas.

Bien se advierte que este señor Pereira Gamba es socialista. Él cree que el paganismo duró dos mil años, que dos mil cumplirá el cristianismo y que dos mil también reinará el internacionalismo. ¡Siempre la impiedad haciendo profecías! ¡Y siempre mezcladas la impiedad y la cábala: 2.000, 2.000, 2.000!…

Pero prescindiendo de la igualdad cabalística de las cifras, aquí hay una verdad que el señor Pereira Gamba leal y francamente confiesa, y es que el liberalismo no puede mantenerse en la forma ambigua y falsa que hoy presenta, sino que tiene que transformarse, para subsistir, en socialismo puro.

Y se está transformando a buen paso. Por allá van todos los liberales consecuentes y todos ellos van a la Internacional. Lo reconoce el corresponsal del Diario en Nápoles. De aquí la segunda parte del aforismo, es a saber:

El socialismo viene.

El cesarismo le sigue. He aquí el último paso, que tampoco está lejano por el camino que llevamos. Si es cierto, como enseña el liberalismo, que en vez de venir de Dios, los hombres descendemos del mono, en tal caso la revelación es una fábula y el destino nuestro en nada distinto del destino de los brutos. Desde ese momento todas las autoridades constituidas a título de derecho divino vienen a tierra. Todo derecho, liberalmente hablando, se resume en ataque al derecho divino. Hasta aquí el liberalismo. Pero esta cruzada contra el derecho divino, necesita jefes. Estos jefes al combatir aquel derecho parten del supuesto de que el hombre es igual a los demás brutos, pues cerece de la revelación que de estos distingue. Tan separado está el hombre de Dios, como puede estarlo el bruto, según las doctrinas liberales. Por consiguiente, según esas doctrinas, entre el hombre y Dios hay la misma distancia que entre Dios y el bruto, si es que Dios es, como dice Renán, un hombre anticuado. El liberalismo nos iguala a los brutos, y para obtener esta igualación, apela a la fuerza, a los ejércitos, a los jefes de ejército, a quienes todo liberal está obligado a obedecer.

¿Pero cuál es la doctrina de estos jefes? El liberalismo, que al derecho divino sustituye el derecho natural, es decir, el del más fuerte; y con esta doctrina esos jefes que se sienten más fuertes, creen tener derecho a avasallar las multitudes.

Hé aquí el tránsito del socialismo al cesarismo.

El liberalismo es la negación de la autoridad legítima.

El socialismo es la negación de toda autoridad y la tendencia a crear una que represente este principio.

El cesarismo es el derecho del más fuerte; la sociedad reducida a la situación de fieras en que la más poderosa devora a las demás.

Por eso dijimos que la lógica de los principios lleva del liberalismo al socialismo.

Y ahora agregamos: La lógica de los hechos lleva del socialismo al cesarismo.

La lógica de los hechos, hemos dicho; pues la diferencia entre rico y pobre, entre grande y pequeño, entre fuerte y débil, está en la naturaleza de las cosas.

Lo más a que podemos aspirar, no es, pues, a destruir la servidumbre, sino a ennoblecerla. Hay servidumbres ignominiosas; y hay una gloriosa servidumbre que de aquellas nos redime — la de Cristo, que nos dice: “Mi yugo es suave y ligera mi carga”.

Así el liberalismo y el socialismo, que rechaza la ligítima autoridad, crean, ya sin quererlo, ya para atacar a aquella, una falsa y terrible autoridad.

Muchos miembros de la Internacional empiezan ya a quejarse de los amos que ellos mismos se han impuesto y de la corrupción y avaricia de los agentes generales de la sociedad.

Y este movimiento es en poco tiempo, en pocas horas, a donde quiera que el liberalismo de palabra se ha convertido en liberalismo de hecho. ¿Por qué? Porque en toda trasformación los últimos momentos se suceden más rápidamente. La gestación es siempre más lenta que la producción.

Tal es la situación de Europa. Allí nació el liberalismo, engendró el socialismo, y esto provocó a la Internacional, la cual a su vez, al mismo tiempo que hace guerra a los tiranos lleva en su seno tiranuelos como Gambetta que llegado el día son Nerones modernos mucho más horribles que los antiguos Nerones.

Aquí en América, en general, por la manía que nos pierde de imitar al extranjero, vamos precipitando, a pesar de las costumbres establecidas por la tradición católica, los mismos acontecimientos que se suceden en Europa.

Aquí en Colombia, por ejemplo, el liberalismo tiende hoy manifiestamente a exhibirse socialista.

Socialista es la ley de crédito público, que conculca el derecho y la propiedad;

Y socialista es el movimiento instruccionista, que arrolla la libertad de conciencia y tiende a hacer al niño propiedad del Estado.

Demasiado elocuentes son estos dos ejemplos para que nos detengamos a citar otros de menor cuantía.

La ignorancia de muchos y la piedad de otros son valla que detiene esta terrible irrupción de los bárbaros en el orden de las ideas en el mundo; cual ya se verificó en Europa en el orden civil y político.

Vencida la ignorancia de unos y corrompida la lealtad católica de otros, la irrupción no tendrá contraste, y entonces…

Puestas esas premisas no vemos en el porvenir sino lo que ve el ave que cruzando los mares, contempla delante la pompa silenciosa con que se anuncia la tempestad.

Hemos dicho mal. Las promesas de Dios no pueden faltarnos como no le faltaron a Colón. Bajo la oscuridad está el abismo, pero allende la oscuridad demoran las playas suspiradas.

Tal es la suerte de la humanidad como la suerte del hombre. Debajo, el abismo; allá, la salvación.

El liberalismo engendra el socialismo, y el socialismo engendra el cesarismo… y el cesarismo torna a engendrar el liberalismo. ¡Fatal círculo vicioso! Pero más allá del cesarismo, y por encima del liberalismo hoy triunfante, está la reacción católica. Los hombres no pueden resignarse a ser brutos; es necesario que volviendo en sí, se reconozcan al fin por hijos de Dios.

No hay más que dos soberanías, ha dicho un ilustre escritor contemporáneo: la de Pedro y la de César; y nosotros diríamos: la de Dios y la del bruto. Hay que elegir: los momentos de vacilación pasan, y no es posible suponer que el género humano tras épocas tantas de civilización relativa, caiga por fin en un estado de completa animalización.

No: la reacción católica viene. No sabemos cuánto durará esta prueba que hoy nos aflige, pero la justicia renacerá bajo la soberanía de Pedro. ¿Cuándo?

Cuando lo quiera Dios según los esfuerzos de los hombres y como recompensa más o menos próxima de estos mismos esfuerzos.

Esforcémonos todos los hombres de buena voluntad, para que el Señor se sirva dejarnos, a nosotros en nuestros últimos días, o por lo menos a nuestros hijos, poder contemplar en paz esta reacción católica, y cantar con Zacarías:

Benedictus Dominus, qui fecit redemptionem plebis suae.
¡Bendito sea el Señor que dio por fin libertad a sus pueblos!

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