Carlos Restrepo
Les decía Juan el Bautista a los judíos que era posible crear hijos de Abraham de las piedras, mucho antes de que Nuestro Señor mandara sus discípulos a anunciar el Evangelio a todas las naciones. Los judíos entonces nos recuerdan a los nacionalistas modernos, quienes dándose cuenta que la nacionalidad no es un pasaporte han querido reducirla a una cuestión racial. La nación se transforma entonces en una comunidad imaginada, sostenida en el imaginario popular de que todos comparten un mismo origen.
No obstante existe otra nación, orgánica y mestiza, que no necesita de mantras y once años de escolarización obligatoria para sostenerse. No se trata de la «comunidad imaginada» de Benedict Anderson, sino del «Corpus Mysticum Politicum» de la filosofía aristotélica-tomista. La primera es un artificio, como una receta que necesita de ingredientes particulares; la segunda es natural, adaptándose a los pueblos que la componen y tolerando costumbres disímiles.
El Nuevo Reino de Granada se compuso en un principio por el Altiplano Cundiboyacense, antes de la formación de la Real Audiencia de Santafé. Luego vio ampliada su jurisdicción al territorio que hoy corresponde a Colombia; mucho después, con la creación del virreinato, fue la intención de los Borbones de armonizar todo el territorio que va desde Guayaquil hasta las Guayanas. Este último proyecto se vio truncado con las Secesiones, las cuales hicieron trizas los esfuerzos de los Borbones de mejorar las conexiones en la Orinoquía.

Hoy colombianos y venezolanos heredaron el viejo rencor de los próceres de la Independencia, pero ¿acaso no tienen más en común los Llaneros de ambos lados del Orinoco del que tienen ambos con Caracas y Bogotá? ¿No hay mayor afinidad cultural entre Pasto y Quito que entre Pasto y Pamplona? No deben extrañarnos estas coincidencias fronterizas, los usos y costumbres no siempre reconocen las fronteras de los laudos internacionales.
Pero, ¿qué es el «Corpus Mysticum Politicum»? Primero debe aclararse que no hace referencia a una suerte de suprarrealidad metafísica que supondría que las naciones existen en la naturaleza como lo hacen los minerales. Este hace referencia al derecho, a un gran número de ciudades confederadas que en otro tiempo juraban lealtad al mismo rey.
La ciudad no es entonces la urbs, un conjunto de edificios; tampoco es el conjunto de personas que habitan un mismo espacio geográfico, pues las ciudades podrían ser trasladadas. La ciudad es la civitas romana, la polis griega, aquella entidad jurídica e inalienable cuyo gobierno recae en los cabeza de familia, los vecinos. Santafé (de Bogotá) entonces no existía en tiempo de los zipas, tampoco cuando Gonzalo Jiménez de Quesada construyó doce casas. Santafé existe desde que Jiménez de Quesada, Sebastián de Benalcázar y Nicolás de Federman llevaron a cabo el ritual de fundación que permitió la conformación de un cabildo.
Quizá sea más adecuado llamarle patria a esta segunda nación, aunque «patria» no es un término con menor carga ideológica, como se corrobora en la Marsellesa. Lo cierto es que el Nuevo Reino de Granada, se le llame la Gran Colombia, Tierra Firme o la olvidada Castilla del Oro corresponde a un mismo reino, un mismo corpus. Una verdadera defensa del reino no es llevar con orgullo la camisa de la selección ni ondear banderas en marchas; la defensa de la patria y la nación pasa primero por la defensa de la ciudad, y por la defensa de la comarca después.
La defensa de la ciudad es restablecer las relaciones entre vecinos, es concebir a la civitas como un cuerpo orgánico, donde las familias interactúan y dependen entre sí. Debe desterrarse aquella ciudad de individuos donde se depende de empresas y cadenas para trabajar y para consumir, para el ocio y el negocio. Pero así como una familia no vive aislada de sus vecinos, una ciudad hace parte de una comarca y una región, siendo necesarios acuerdos entre estas para el desarrollo conjunto.
Ese es el verdadero reino, aquel que quisieron reformar los Comuneros del Socorro al proponer la vuelta a las leyes viejas, a la constitución no escrita. Es el reino por el cual peleó Agustín Agualongo, quién nunca extralimitó sus funciones por sobre el Cabildo de Pasto o la Audiencia de Quito. Es el reino mestizo que forjaron los fundadores, esos primeros indianos que dejaron de ser ibéricos. Es uno de los muchos reinos de Su Majestad Católica, pues España fue siempre una monarquía compuesta, una unión personal de reinos.
Queda solo hacer un llamado por Dios, la Patria, los Fueros y el Rey Legítimo. Pues si ha de instaurarse el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo, debe hacerse en comunión con nuestros hermanos separados: los hispanos.