Adrián Esteban Hincapié Arango.
Hace un mes dio comienzo la huelga que sigue azotando a Colombia. Mucho ha pasado desde entonces; las causas no son las mismas, han tomado otro cariz debido, entre otras cosas, al desorden en el mismo gobierno que amenaza con sucumbir ante la presión de un pueblo que fue sumido en el miedo, pilar este último del modelo republicano que ha imperado en el antiguo Nuevo Reino de Granada desde que los traidores asumieron el poder en 1819.
El miedo es efectivo para ejercer dominio, pero tiene un punto límite de aplicación y este país lo pasó hace mucho tiempo. Cuando el tirano hace que el miedo llegue al límite, este se convierte en odio y el odio despierta la ira y la ira, realzada bajo las tesis liberales de «igualdad, libertad y fraternidad», quema templos y entroniza a la diosa razón en el altar de Dios, pero ese frenesí pronto deja una terrible resaca. Este país ha estallado ante causales justas de rebelión, pero ahora está sin control y la República liberal ha comenzado el peligroso descenso a la anarquía, porque así funciona la ecuación cuando se abandona la tradición. Cuando Dios deja de ser el centro, la tierra fértil se vuelve desierto.
Pero esta revuelta era necesaria de cierto modo, porque debía quedar en entredicho la capacidad del liberalismo para regular sus propias contradicciones y mitigar las consecuencias de estas. Es ahora cuando los defensores de la monarquía católica, social y representativa, deben asumir las banderas de la tradición y del credo que nos mantuvo unidos hasta la llegada del mal a nuestras tierras. Es hora de proponer un orden ya probado como eficaz y eficiente a este desorden, consecuencia de una sociedad sin Dios.
Es hora de enfrentar a esta república invivible, de decir basta a los mercenarios del laissez-faire, y sacar a la luz el brillo, hoy eclipsado mas no muerto, de Dios, la patria y la monarquía católica. Ante la república invivible, la acción intrépida de la tradición.
¿Establecer una monarquía en Colombia? Pero ¿cómo?
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La restauración monárquica implica en primer lugar, la restauración del tejido social en sus instituciones y valores. Cuando eso haya sucedido, la restauración no será difícil.
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