Carlos Restrepo

En las últimas décadas, la nefasta Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha incluido en su agenda un peculiar interés en la descolonización y en los derechos de los pueblos indígenas y no reconocidos. Los conservadores se quejan puesto que estas directrices de la ONU contradicen la noción de que la sociedad está compuesta por individuos autónomos que poco tienen que ver el uno con el otro.
Los tradicionalistas, sin embargo, no podemos caer en los errores conservadores, pues implicaría aceptar principios liberales. Bajo la Monarquía, los indios gozaban de una jurisdicción especial, la llamada república de indios, separada de la jurisdicción ordinaria, la llamada república de españoles, bajo la cual también vivían los mestizos. Se intentó, entonces, que los indios no desaparecieran sino que —reducidos al sedentarismo— se integraran a la sociedad indiana.
La historiadora colombiana, Martha Herrera Ángel, aborda las reducciones de los indígenas a pueblos en su obra Ordenar para controlar e introduce el término cosmogénesis para nombrar el proceso de creación de nuevas identidades en los indios, basada no en principios ancestrales, sino en los pueblos que fundaron para ellos los misioneros.
Así pues, muchas de las etnias indígenas que reconocen los gobiernos hispanoamericanos son producto de la Conquista. Como bien dicen muchos antropólogos, los indios los inventaron los europeos; esto quiere decir que antes de la Conquista no existía una identidad compartida para todo el continente americano. Esta identidad india compartida, que hoy llaman indígena, es producto de un agente externo.
Pero no solo esta macroidentidad compartida es producto de la Conquista, lo son también las identidades de cada una de las etnias que existen. Como ya se mencionó, la identidad es lo que nos diferencia de los otros y, en ocasiones, aquellos que en el pasado nos parecían distintos se nos hacen parecidos cuando llega un tercero. Y eso sucedió con los indígenas: el contacto con los misioneros y conquistadores acabó con millares de identidades para dar paso a unas nuevas, mucho más fuertes.
Incluso la tan aclamada identidad muisca que abanderan algunas izquierdas colombianas es un artificio, pues intentan reconstruir no solo una identidad conjunta que no existió antes de la llegada de los españoles. De esto se dio cuenta el Cabildo Indígena de Suba en denunciar al grupúsculo «Pueblo Nación Muisca Chibcha», conflicto al que se le dedicará un artículo, pero que, a modo de resumen, el Cabildo de Suba denuncia al grupúsculo conformado en mayoría por blancos y mestizos por una usurpación de la identidad muisca.
Por desgracia, la ONU y las izquierdas prefieren apoyar grupos como «Pueblo Nación Muisca Chibcha» por su tendencia a defender el mal llamado marxismo cultural, que no es otra cosa que liberalismo consecuente. Y así, aquellas etnias indígenas que conservan nociones concordantes con la moral católica van siendo desplazadas por identidades líquidas, revolucionarias y deconstruidas.
Víctimas de estas identidades líquidas también lo son las comunidades afro, palenqueras y raizales. Éstas se han visto abordadas por las tesis de negritudes propias de Estados Unidos, ignorantes de las radicales diferencias entre la esclavitud británica y española, como de las aún más abismales diferencias entre los negros libres estadounidenses y los pardos, como se denominaron hasta el siglo XIX a los negros libertos.
La etnia, reconocida por muchos como un eufemismo para raza, se ha transformado en una variante de la globalización, porque hoy ser diferente vende. Pero estas diferencias son superficiales y esconden la homogeneización clásica del liberalismo, pues las diferencias culturales dentro del sistema liberal son las mismas que tienen dos modelos de iPhone el uno del otro.
Las empresas, dándose cuenta de lo rentable que es el afán de remarcar la identidad, ofrecen productos personalizables, como los ya mencionados modelos de iPhone. Y poco a poco, vemos cómo la etnia se reduce a una cuestión de personalización, avatares que algunas personas pueden escoger, mientras se les niega a los blancos —y a los mestizos que rechazan el indigenismo— esa etnicidad.
Para el globalismo progresista, la ancestralidad está presente en todas las razas excepto la blanca y en todas las religiones excepto la católica. Los blancos y mestizos se ven forzados a adoptar una identidad ajena a la suya, si es que quieren tener una identidad; también deben buscar una religión, sea una indígena o una del Extremo Oriente, pues la católica es demasiado dogmática.
Por fortuna, existe una alternativa tradicional, muy distinta a la posición liberal de una sociedad basada en el individuo y, así mismo, lejana a las tesis identitarias que defienden a capa y espada la cultura europeísta. Esa alternativa, útil para Hispanoamérica y Filipinas, a las cuales llamaremos Reinos de Indias —porque fue el nombre que les dio S.S. Alejandro VI—, es el indianismo o tradicionalismo indiano, que desarrollaremos en el siguiente artículo.
Primera parte de este artículo aquí.
Nota: Se usan los términos indígena e indio indistintamente para mayor fluidez en la narración. En próximos artículos, se preferirá indio sobre indígena, por razones que se revelarán en la próxima publicación.
Un comentario en “Identidad y tradición (II): Etnicidad”