Tradiciones campesinas con animales y protección especial en la reforma constitucional

El pasado 5 de julio de 2023, se aprobó el acto legislativo 1 donde se reformó el artículo 64 y se pasó a reconocer a los campesinos, dentro del marco constitucional, como sujetos especiales de protección. Tras una larga lucha, donde el campesinado colombiano ha sido uno de los sectores sociales más golpeados por la violencia, el desarraigo, el desplazamiento, la pobreza, la discriminación…, el Estado colombiano ha decidido poner la lupa sobre ellos ya que en el país rondan los cerca de 15,2 millones, aproximadamente el 30% de la población total, según cifras del DANE.

Lo que llama la atención aquí, es que dentro de la reforma se reconoce la dimensión social, económica, política, ambiental y cultural como parte de la forma de vida de los campesinos y, como consecuencia, como vectores a proteger dentro de la constitución. Asunto interesante a tratar es el tema de la cultura en las zonas rurales, que sea dicho de paso, se ha visto atacada y despreciada por ciertos miembros del Congreso de la República, activistas, periodistas y demás personajes públicos que hacen parte, paradójicamente, del partido de gobierno y del Partido Verde.

La bancada animalista, que en este momento cuenta con tres curules directas en el legislativo, ha sido una de las más acérrimas detractoras del campesinado colombiano y de sus formas de vida, costumbres y tradiciones; han intentado atacar certeramente asuntos delicados como la avicultura, las actividades pecuarias e incluso sus expresiones festivas como las corridas de toros, peleas de gallos, coleo, corralejas y cabalgatas. Parece chiste que el Pacto Histórico tenga en sus bases a ideólogos que tienen calificativos peyorativos para todo aquello que no esté impregnado de las ideas posmodernas, citadinas y antiespecistas.

Retomando las cuestiones culturales, he de recalcar que el 6 de septiembre fue aprobado en segundo debate en Plenaria del Senado el proyecto de ley 309 de 2023 donde se propone prohibir las prácticas taurinas en todo el territorio, y es probable que la otra semana sea discutido en la Cámara de Representantes y siga su tránsito para ser ley de la república. Lo curioso es que, aparte de tener varios vicios, el proyecto no tiene en cuenta el acto legislativo y puede ser rechazado por la Corte Constitucional, primero, porque el debate ha sido gentrificado y no ha querido llegar a las regiones de Colombia y, segundo, porque donde más festejos taurinos se registran son en las zonas municipales y veredales del país. El torero de provincia Orlando Sánchez me brindó mayor información al respecto, asegurando que de lo que va corrido del año «han habido cerca de 40 festejos taurinos entre municipios y veredas», entre los más sonados se hallan departamentos como el Tolima, Cundinamarca, Boyacá, los Santanderes y el Cauca. «Pueblos como Purificación, Cunday, Natagaima, Coima, Villapinzón, Nilo, Villarica, Choachí, Ubaté, Sogamoso, Charalá, San Pedro, Arbeláez, Zipacón, Nimaima, Líbano, Lenguazaque, Tobia, Santa Isabel, Ataco, Polecito, San Luis, Puente Piedra, Ubaque, Sincelada, Supatá, Quipilé, Jerusalén y veredas en la costa o como San Andrés en Dolores, Tolima, han estado entre los lugares que han dado toros tradicionalmente y a lo largo del año –aseguró el torero–».

En contraste con los datos anteriores, hemos de ver que en la actualidad sólo sobreviven tres plazas de primera categoría y de grandes ciudades en Colombia: Bogotá, Manizales y Cali, y que entre todas ellas llegan a acumular cerca de 20 festejos en total al año, por lo tanto, las zonas rurales doblan y triplican este porcentaje con cerca de 60 festejos. La evidencia arroja un claro arraigo de las comunidades campesinas por este tipo de actividades y, además, muestra que desde el Congreso en Bogotá, se han encargado de cerrar el debate y no han tenido en cuenta las formas de vida, expresiones, tradiciones y costumbres de los campesinos. Caso curioso, por ejemplo, es el temor que tiene Andrea Padilla, Juan Carlos Lozada o Esmeralda Hernández de dar audiencias públicas fuera de la capital.

Cabe aclarar que el proyecto de ley 309 sólo nombra a las corridas de toros por ser las que menos se realizan en comparación, por ejemplo, de las peleas de gallos que son vigentes en casi todos los rincones del país y son insignia imborrable de las costumbres rurales. Asimismo, las corralejas tienen un constante y fuerte asentamiento en la costa y el Tolima, además del deporte nacional, llamado coleo, como práctica tradicional e identitaria en la región llanera. Por lo anterior, los animalistas buscan fragmentar estos sectores, primero yendo por los más débiles y luego por los más fuertes, siempre evitando que no se unan porque pueden ser una fuerza inamovible como lo demostraron los galleros con la gran marcha en Bogotá a mediados del año pasado. También un dato curioso a recalcar es que el Noticiero CM& decidió hacer una encuesta para saber cuántas personas están de acuerdo con el toreo en Colombia, y lo penoso fue que la cuesta fue realizada en Bogotá, ciudad que ha tenido que vivir la debacle del desarraigo y las tormentas de una población sin ningún tipo de identidad, demostrando así, por el lugar mismo, un debate centralizado.

Lo cierto es que el gobierno nacional, que se ha mostrado tan antitaurino, brindó una herramienta clave para blindar y argumentar a favor de las actividades con animales como muestra de una concepción y realidad distintas de la vida en las diversas regiones del país. No es lo mismo un habitante de los barrios pequeñoburgueses de la capital comparado al habitante que recorre trochas sobre un caballo a la luz de cocuyos, al caminante de linderos bordeados de guayabales y musicalizados por riachuelos y remansos escudados por sotos cargados de cantares, a aquel que tiene huellas en el alma de herencias religiosas, al que ve eso de correr los toros, o los duelos de gallos, con total normalidad y como parte de la vida cotidiana. El mundo rural tiene una carga tradicional, que valga aclararse, por su misma naturaleza, es lo que el doctor Miguel Antonio Caro llamaba la «continuidad histórica».

Johan T. Paloma, Círculo Carlista de Santafé de Bogotá

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